Son nuestros pecados los que nos separan del amor y de la misericordia de Dios, El nunca cambia, siempre está con sus brazos abiertos esperando que reconozcamos que hemos fallado; tal como el hijo pródigo (Lucas 15:11-32), que cuando reconoció lo que había hecho y todo lo que había perdido, determinó volver a su padre, quien lo recibió con gran amor y regocijo.
Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación. Santiago 1:17
Bendiciones.